Tiempo_al_tiempo_capitulo_1_aparatoso_comienzo

By 0:28:00

CAPÍTULO 1. APARATOSO COMIENZO



Era un día soleado. Aquel día no tenía ganas ni tiempo suficiente de lamentarse entre las cuatro blancas y solitarias paredes de su habitación, tan espaciosa y silenciosa. No había cuadros, fotos ni recuerdos, nada que le recordara aquellos sucesos que quería borrar de su vida. Solo una cosa había sobrevivido y se encontraba impresa, por siempre, en su cuerpo.
El parque estaba repleto de gente. Echó un vistazo, abarcándolo todo. Era un parque circular, rodeado de edificios, por un lado, puestos de comida, hamburguesas, pizzas, bollería y helados entre otros. Esparcidos entre los mismos, sobresalían algunas tiendas de ropa y de joyería. Miró abstraído los escaparates. La risa de los niños llamó su atención. En el centro, cerca de la floristería allí abierta, habían unos enormes árboles, correspondientemente vallados, circunscriptos por robustos y fornidos bancos para sentarse. El terreno asfaltado era grandioso para traer a los chicos para que jugaran. Todo sería mejor si la carretera principal, una de las más transitadas por vehículos de la ciudad, no estuviera, peligrosa, acechante, tan próxima y atractiva.
EL sonido de las campanas de la catedral que se erigía, imperiosa y magnífica, con todo su esplendor, detrás del jardín le devolvió la noción de la pérdida realidad.
- Ya son las seis y media de la tarde - pensó contrariado. No había permanecido tanto tiempo fuera de la que suponía su casa desde su última visita al hospital. De eso ya hacía más de un año.
Su incertidumbre residía, principalmente, en esa salida en particular. Ni tan siquiera su madre, llorosa y suplicante o su padre, demandante o mandón, lo habían conseguido. O sus amigos, que cada pocos días insistían en sacarlo de lo que habían llamado su tumba en vida. No cejaban en su intento de revivirlo. La verdad no se explicaba el porqué de encontrarse en ese transitado lugar. Odiaba a los niños, le recordaban su padecimiento y dolor. ¿Por qué negarlo? Tenía miedo, no, terror, a salir de lo que él creía su refugio y no su tumba, como constantemente la solían denominar sus conocidos.
Era hora de volver. Ya demasiado tiempo había pasado allí fuera. Todo ello, ahora, lo asemejaba como un circo, una selva salvaje donde debía llevarse cuidado. Allí la regla principal era cazar o ser cazado. Y él ya sabía que clase de animal era.
Uno por el que se arrepentía haber nacido.
Dio media vuelta para perderse entre la muchedumbre andante, se perdió por las mesas y sillas, resguardadas en elegantes toldos, mecidas por hermosas y alargadas estufas de fuego, donde la gente comía cuando, de pronto, sintió un golpe en torno a su cintura y piernas. Fue tan repentino que, sin poder evitarlo, calló hacia atrás. Instintivamente, para suavizar el golpe, apoyó las palmas de sus manos.
Oyó una especie de chasquido. El sonido de uno de sus huesos al romperse.
Para su mala suerte, la cual él reconocía abiertamente, había colocado la muñeca en una posición un tanto extraña. Resultado: se la había fracturado al soportar malamente, en esa inadecuada postura, el completo y total peso de su cuerpo. Era delgado pero su estructura ósea era todavía más frágil que su delicado cuerpo.
Enseguida, llevó, en un acto reflejo, la mano a su regazo, incluso antes de comprobar con qué o quién se había golpeado. Era tal su distracción que no lo sabía. Empezó a subir su vista, algo mareado de la impresión y de la caída, sumado a su mala dieta alimenticia y su correspondiente anemia, era lógico. Fijó su mirada en aquella mancha que estaba tan cerca suya.
Se asustó. Era un niño y su rostro se separaba del suyo apenas unos centímetros.
- Pero, ¿qué…? - Enmudeció. Más nítida su mirada, se sorprendió al ver el reflejo que sus ojos, mediante impulsos, le mandaba a su mente. Delante suya, un chiquillo que debía rondar los tres años, como mucho, de cabellos negros, contextura delgada. Era precioso y su aspecto desaliñado, con esas gafas tan pequeñas adornando su rostro lo hacían ver gracioso. Ese niño le recordaba a alguien muy familiar. ¿A quién? No pudo evitar cuestionarse. Últimamente su memoria no estaba en pleno funcionamiento y, en lo personal, era algo que él agradecía constantemente, la mayoría de las ocasiones. Esa no era una de ellas.
- ¿Se encuentra bien? - No pudo ni quiso impedir la sonrisa que iluminó unos segundos su faz. El niño también la vio porque se relajó. Acercó su brazo, el que podía mover sin temor a dañarse, y acomodó los lentes del infante. En ese momento, recordó por qué le era tan conocido aquella apariencia. Era como él cuando estaban en el colegio. Esos ojos, verde intenso, eran inconfundibles e imposibles de olvidar.
Apartó su mano sana, presuroso, como si el contacto con esa piel quemara. Fue en ese instante, en el que reparó que no solo el niño se había quedado mirándolo fijamente. Enrojeció. No le gustaba ser el centro de atención. Al menos, ya no. Esas miradas. Las odiaba. Preocupación, curiosidad, incertidumbre, lujuria, pasión, ansias. Muchas le repugnaban y asqueaban. No permanecería más tiempo allí, siendo el mono de alguna feria por el que todos miraran como si de una atracción se tratara.
- Si me permite ayudarlo… - Uno de los hombres se le acercó, solícito, prestándole su ayuda para levantarse cuando se dio cuenta de sus intenciones.
No iba a aceptar su ayuda. Esa ojeada, el como lo repasaba con sus iris… era como él. Una voz le impidió poner en palabras el rechazo de esa mano, que el contemplaba como la garra de un lobo a punto de cazar a su oveja.
- ¡James! ¿cuántas veces te he dicho que no te separes de mi? ¡cuántas! - Ese debía ser su padre. No quería voltear su cabeza y que todas sus suposiciones fueran verdaderas. Temía que su instinto fuera tan certero como antaño. No era un cobarde, se dijo, y como tal, orgulloso, lo miró de hito en hito. Sus rasgos era más adultos, alto, fornido y atractivo. Con ese pelo negro azabache, corto, de punta, esos ojos verdes. Ya no llevaba gafas ni flequillo por lo que le fue fácil vislumbrar su extravagante cicatriz. Los años no habían pasado en balde para él.
- Lo siento, papi. Lo siento mucho - Sollozaba - No me di cuenta y le hice daño a ese hombre tan guapo. Yo se que le he hecho pupa pero no se dónde.
¿Guapo? - repitió mentalmente. ¿A quién se refería? ¡Mierda! Ya no podía huir. Sus miradas conectaron y supo que él tampoco había cambiado lo suficiente para no ser reconocido por el que consideró su enemigo número uno en tiempos pasados.
- ¿Malfoy? - cuestionó. En esas posiciones, Potter arrodillado observando a su hijo y ahora a él, y él, sentado, en el suelo, de una forma tan ridícula.
- Hasta hace unos - miró su reloj - bueno, desde siempre ese ha sido mi apellido. ¡Qué alegría verte por aquí Potter! - No recordaba tener aún esa vena guerrera pululando por su sangre. Sonrió mentalmente. Su yo antiguo no estaba tan muerto como creía. Y sin saber por qué, se alegró por ello.
Ese orgullo que consideró acabado, esfumado y definitivamente perdido fue el que le comunicó que estar en esa posición no era un punto aliciente a su favor. Cuando se disponía a levantarse, el tipo de antes, al acecho, quiso ayudarle.
- No hace falta - espetó Malfoy. Cortante. El otro no se dio por aludido y cogiéndole de la muñeca lastimada tiró de él hacia arriba. La reacción del rubio platino, casi blanco no se hizo de esperar. La dolencia se estaba enfriando, y, con ello, el dolor iba incrementando en una proporción inversa.
Se puso tremendamente pálido. El tipo lo soltó y volvió a golpearse el trasero contra la fría acera.
- Será mejor que lo dejes y te marches de aquí tan rápido que cuando cuente tres hayas desaparecido por completo de mi vista. - Dicho y hecho. Antes de terminar de contar esas tres cifras, ya no había rastro de él. - Ya no hay nada que ver - Sacó su placa y la enseño al resto de las personas que todavía estaban allí paradas, observando la situación - Yo me encargaré del resto.
Ser policía tenía sus gratas ventajas. No podían negarse a cumplir sus órdenes.
- Papi
- No te preocupes, James. Nos encargaremos de él. - Harry Potter, tras calmar a su hijo y masajear sus cabellos, se dirigió a Malfoy, arrodillado en el suelo, mansamente quieto. Demasiado.
- Malfoy, ¿te encuentras bien? - le preguntó una vez lo bastante cerca como para ver el horrible aspecto de la mano que el rubio intentaba esconder.
No sabía ya las veces que le habían hecho esa pregunta en los últimos tiempos, pero sí recordaba el odio, la desesperanza y melancolía que la respuesta llevaba consigo, en las ocasiones en las que se dignaba, en las que tenía la suficiente fuerza de voluntad para hacerlo.
- Tu crees que me encuentro bien, ¿eh, Potter? Vaya pregunta más estúpida. Estoy de las mil maravillas - Su contestación fue de lo más insolente.
- Malfoy, no hables de esa forma delante de mi hijo.
- Mis disculpas, señor policía.
Potter hizo caso omiso a sus borderías y lo cogió en brazos a pesar de toda la retahíla de insultos del otro.
Ya lo había imaginado, pero pesaba menos de lo que había calculado en un principio. Le convenía ganar algunos quilos extra.
Lo ignoró. Sus pataletas, palabrotas y sus insultos.
- James, cógeme del pantalón y no lo sueltes. Nos vamos a llevar a Draco al hospital, ¿vale?
EL niño asintió conforme. Harry notó el agarrón que si hijo le proporcionó a su ropa. Era un niño travieso, pero, a la vez, muy obediente. Estaba muy orgulloso de él, igual que lo estaría su madre si estuviera con ellos.
Lo volvió a ignorar y eso era algo que Draco Malfoy no soportaba.
- Deja de ignorarme. No lo soporto. - Esa pelea estaba mermando sus últimas fuerzas. - Además, no me llames por mi nombre de pila. Lo odio.
Esa frase llevaba intrínsecos muchos sentimientos que no pasaron desapercibidos para Harry. Tenía tiempo para investigarlo después.
¿Por qué tanta curiosidad, por él? Ese cabello rubio, ese fino y delicado cuerpo, tan delgado, grácil. Esos hermosos ojo azules, vacíos, su cuello. No se sorprendió al ver que toda la gente te le quedara observando. Parecía un dios griego caído en desgracia, lo que le hacía ver más vulnerable y atractivo. Malfoy debía saberlo. Ya en el colegio había potenciado esa habilidad suya para conseguir lo que se proponía. Aun así, en un rincón de su mente, su conciencia le decía que aquel Malfoy, el que llevaba entre sus brazos, no era el mismo que antiguamente.
- Si te comportaras como el adulto que eres, no lo haría - Draco Malfoy paró de luchar. Harry creyó que era por lo que acababa de confesarle pero lo dudó cuando miró hacia abajo. Malfoy estaba aguantando las lágrimas de sus ojos, fuertemente cerrados y sus labios estaban sangrando debido a que tenía el labio inferior apresado entre sus diente. Aguantando las ganas de gritar, había supuesto Harry - Ey, aguanta. No hagas eso. Es un desperdicio.
Draco no tenía fuerzas para hablar. Demasiado para ese día.
- ¡Draco! No me hagas esto. ¡Despierta!
- ¿papá?
- No te preocupes James . Repitió ya no sabía cuantas veces esa tarde. Su hijo era demasiado cabezota. Como su padre, cabía afirmar.
- ¿No le pasará como a mamá? - pudo notar, entre su adormecimiento, el terror de esos vocablos
- No. Es más terco que una mula. Te aseguro que cuando despierte estará de un humor de perros.
- ¿Peor que tío Ron cuando despierta de su siesta?
- Peor.
Ambos rieron ante esa ocurrencia, recordando cuando, embarazado, a Blaise le dio la estupenda idea de despertarlo mientras dormía. Aquel día fue inolvidable. Para Blaise, él aprendió la lección de no despertar a su querido esposo cuando estuviera en cinta.
Quiso replicar. Él, el herido, era ofendido, se reían de él y no podía defenderse. Más no pudo. Primero, porque su cuerdas vocales se lo impedían, no le hacían el mínimo caso. Segundo, porque seguramente tendría razón. Que se prepararan cuando despertara. Temblarían hasta los cimientos del lugar donde lo llevarían.
Se quejó cuando fue depositado en lo que creyó era el asiento de un coche.
- Lo siento - era la voz de potter. - Ponte el cinturón.
El motor aseguró sus sospechas.
- no te preocupes, pronto estarás bien - Ese era el niño. Notó algo húmedo en su frente. - Te pondrás bien.
¿el niño lo había besado?
Era mentira que odiara los niños. Mentira. Fue lo último que le vino a la mente antes de dejarse llevar por completo hacia la inconsciencia.
“Por Dios, ruego por qué no me lleven a San Mungo” - El pelirrubio no dejaba de repetir mentalmente aquel ruego, sopesando las posibilidades de que, entre tantos hospitales en la ciudad, lo llevaran a ese mismo. Tal era su mala suerte que seguro que acabarían allí, siendo atendido por el personal que tanto conocía y al que muchas veces había acudido. Consideró el decir con palabras su deseo de no ir a ese lugar pero la espera niebla que cubría su cabeza y la languidez de su lengua, paralizada, lo impidieron. De su boca solo salieron quejidos.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
- Disculpe, ¿podría ayudarme? - El moreno se acercó a una zagala de piell blanca, menuda y con el pelo largo, lacio y negro.
- Sí, por supuesto, dígame de que puedo serle de utilidad - preguntó solícita. El hombre delante suya era de más atractivo y actuó de forma coqueta.
- Si no le importa, dígale que el señor Potter está aquí. Necesito su ayuda.
- ¿Potter? ¿Usted es Harry Potter? - La enfermera no lo había reconocido inmediatamente.
- Sí, el mismo - sonrió Harry. Su hijo se había quedado con Draco en los asientos traseros, acompañando al herido como un buen chico.
- enseguida le digo que se encuentra aquí. ¿Algún motivo en especial? - La facultativa volvió a mostrar su blanca dentadura, nerviosa.
- Necesito, a ser posible, que cure a un viejo compañero de internado. Creo que se ha roto la mano. - añadió Potter.
- ¿viejo compañero? - La muchacha era curiosa. A pesar de todo, a Harry no le molestó para nada y contestó su pregunta, esperando que fuera la última antes de hacer esa llamada que le urgía.
- Draco Malfoy.
- ¿Draco? - A Harry le extrañó esa forma de llamarlo. Acaso, ¿lo conocía? No le dio tiempo a saciar esa incertidumbre ya que la chica siguió hablando - ¿Es muy grave? ¿qué ha pasado? ¿es necesaria una camilla para traerlo, una silla de ruedas? ¿dónde le ha golpeado esta vez el muy …?
- Perdone pero no entiendo muy bien. ¿golpeado? Mi hijo tropezó con él y creo que se hha roto algún hueso de la muñeca, nada más. Está en mi coche, abotargado pero, en mi humilde opinión es todo por qué no come bien. Creo que debe tener anemia o algo por el estilo.
- Gracias a Dios que no ha sido nada grave. - Cogió el teléfono e hizo esa llamada. Tardó apenas unos minutos - El doctor Zabinni estará en recepción en breves instantes. Le acompañaré para traer a Draco, al señor Malfoy. - rectificó. Cogíó una silla de ruedas para colocar al paciente y siguió a potter hasta el coche.
Mientras se dirigían al vehículo, no pudo dejar de hacer la siguiente cuestión:
- Perdone mi intromisión, pero me dio la impresión de que conocía a Malfoy con anterioridad. - La chica lo miró graciosamente.
- Digamos que es un cliente asiduo del hospital. En verdad me extraña que le haya permitido traerlo hasta acá. - Ahora fue el turno de Harry Potter de mofarse.
- En realidad, no sabe que lo traje aquí . La mujer que guiaba el artefacto de ruedas mientras Harry continuaba su caminata hasta el coche, ya a apenas unos pasos.
- Será un día bastante ajetreado, por lo visto - Lo siguió para bajar a Draco Malfoy y curarle, como tantas veces atrás de sus golpes, fracturas y demás heridas y contusiones.
James todo el tiempo que su padre lo dejó a solas con el guapo rubio, tal y como el había comenzado a llamarlo, le estuvo masajeando la cabeza, tocando los dorados rayos de sol y la suave frente perlada, ahora, de sudor. Así lo encontró Harry a su vuelta.
- Buen trabajo, James - felicitó a su vástago.
- Gracias, papi. - no pudo sentir mayor orgullo ante su halago.
- James, esta señorita nos va a ayudar a trasladar a Malfoy hasta dentro del hospital para curar su mano.
- ¿Se encargará el padrino Blaise? - cuestionó el niño.
- ¿Tu que crees? - Al chico no le hizo falta otra contestación. La entendió perfectamente, más de lo que un niño normal de tres años fuera capaz de hacerlo. Abrió con cuidado la puerta trasera del coche, aquella donde no estaba apoyado el rubio y dio la vuelta al vehículo para acudir en ayuda de su padre.
Harry, por su lado, desabrochó el cinturón de Malfoy para, teniendo mucho cuidado con su extremidad lastimada, cogerlo en brazos. El movimiento desveló al afectado.
- ¿Qué ocurre?- Estaba bastante desubicado. No pudo evitar una mueca de dolor seguida de un amortiguado quejido ante el movimiento brusco que realizó con su cuerpo - ya me acuerdo. - Y, de pronto, ya que para él no habían pasado más que segundos, tal vez, minutos, encaró a Potter - Por lo que más quieras, Potter, ni se te ocurra mandarme a… - Enmudeció - ¡Mierda! - Exclamó. El final de aquella frase era ni se te ocurra mandarme a san Mungo. Demasiado tarde, había que decir - Que puta mala suerte la mía.
- Malfoy… - reprendió ese vocabulario, otra vez. El aludido no pudo sino mirarlo con tremendas ganas de matarlo.
- James - recordaba el nombre del zagal - ¿Has oído algo? - guiñó un ojo en signo de complicidad.
- Yo - iluminó su carita - Nada - le comentó a su padre y, como no sabía cerrar un solo ojo, parpadeó con ambos, cerrándolos y abriéndolos varias veces. El resultado fue bastante cómico y tierno, viniendo de dicho infante.
La chica, alejada y olvidada momentáneamente de ese cuadro, se emocionó. Parecían una verdadera familia, de esas que a Draco le hubieran gustado. Se entristeció y observó que el rubio también lo hacía, como en esas ocasiones en las que recordaba lo que pudo tener y le arrebataron. Decidió que era hora de intervenir y hacer notar su presencia.
- Hola, Draco. Hacía algún tiempo que no venías por aquí. - Aquella voz le era bastante familiar.
- Hola Gretel - Saludó en respuesta Draco, resignado - Te aseguro que si por mi fuera…
- Lo sé, si por ti fuera no estarías aquí. Siempre la misma cantinela - Interrumpió la sanitaria - Señor Potter, colóquele en la silla. Será más cómodo que si lo llevamos en jarras.
- ¿En silla de ruedas?
- Venga, no seas quejica que en peores cosas has entrado.
- No seas bocazas - Dejó que lo sentaran y lo llevaran hasta la consulta de Zabinni.
A Potter no le extrañó que lo miraran a él, pero que casi todo el mundo observara de esa forma a Draco Malfoy y le hablaran de dicha forma. Había estado atando cabos, no por ello, era el mejor en su trabajo. Y, sin saber por qué quiso saber los detalles de su situación. A su parecer, el más indicado para ello era Blaise, el marido de Ron y un buen amigo suyo.
Una vez frente al despacho, volvió a abrir la boca para protestar:
- ¡Blaise! Lo que faltaba.
- Blaise es mi padrino - contestó el niño - Luego te dará un chupachú si eres bueno.
- Que bien - suspiró. - Mejor lo dejamos para otro día. Apenas me duele la mano. Unos calmantes y como nuevo - emitió una risa nerviosa y habló sin pausas, demasiado deprisa que apenas entendieron lo que dijo.
- ¿Tienes miedo, Draco? - habló Potter.
- Potter,… nunca - Otra vez ese orgullo que creía perdido.
- Hola, Draco - Blaise Zabinni estaba parado enfrente suya. Draco se levantó de la silla y retrocedió unos pasos.

Bueno, quizás sí tenía un poco de miedo. Mucho. Volvió a mirar el rostro del que fue y debería ser su mejor amigo.
- Hola, Blaise Pasaba por aquí al lado y me dije voy a venir a verte y ya de paso a ver si me ayudabas con mi pequeño problema de muñeca.
- Ya hablaremos tú y yo después de esto. Tienes, tenéis que contarme un par de cosas. Pero primero, debo atender esa articulación. No tiene buena pinta. - Echó un vistazo a la enorme hinchazón.
Tras hacerle una radiografía descubrieron una fisura en el hueso por lo que la tuvieron que inmovilizar. Mínimo de tiempo: un mes. A Draco no le gustó escuchar eso. No podría valerse por sí mismo. Y, cuando Blaise estaba maquinando un plan secundario que incluiría a algunos de sus pesados amigos, lo interrumpió Potter, presente en todo el proceso. Ni él ni su hijo lo habían dejado a su suerte desde que hubo el choque. Eran demasiado caballerosos.
- Yo me encargaré de él. Hasta que se cure vivirá en mi casa, ¿verdad, James?
Instantes antes, le habían narrado lo que había ocurrido y el por qué del estado de la mano de Draco. Lo que más le sorprendió fue el hecho de que su mejor amigo, al que había insistido, rogado y hasta suplicado, porque saliera de casa.
- Sí - gritó solícito el niño. Blaise miró al chiquillo y a Harry y supo que no era mala idea, al contado, era lo mejor que podía pasar. Si esos dos no sacaban a Draco de su depresión, de ese abismo al que lo habían arrojado, nadie lo haría. Además, quizás Draco también sería un elemento positivo en esa familia de dos. Los tres habían perdido algo importante en sus vidas y no había nadie más idóneo para comprenderse. De esa forma, podrían seguir viviendo, mirando hacia el futuro y no estancados en el pasado.
- Me parece estupendo. - En verdad, era una solución inmejorable. Drástica, sí; arriesgada, también pero estaba desesperada. Y a problemas desesperados, medidas desesperadas. Draco se lo agradecería con el tiempo… claro, si existía para contarlo , pensó graciosamente el médico.
Draco, sorprendido, no creyó escuchar bien lo que acababa de oír. ¿Hablaban en serio?
- ¿A nadie le importa mi opinión?
Por lo visto, a nadie. Draco odiaba que lo ignoraran. Como lo odiaba.





Continuara...

También te puede interesar:

0 divinos comentarios