CAPITULO 26. LA HISTORIA DE UN AMOR II: KEIN & GABY.

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CAPITULO 26. LA HISTORIA DE UN AMOR II: KEIN & GABY.


El carruaje paró su recorrido ante las puertas protegidas por unos laboriosos y pesados pórticos de hierro forjado. Tenía dos cómodos asientos, con capacidad de albergar, al menos, a cuatro personas cada uno, acolchados y de una tela suave al tacto, como el cuero; enfrentados y entre los cuales había dos puertas transversales con hermosos cristales que, cómodamente, podrían ocultar, con las cortinas que las acompañaban, las miradas indiscretas.  En su parte superior estaba el equipaje, atado a dos barandillas fijadas con cuerdas a las mismas. En la parte delantera, subido sobre otro asiento múltiple, se encontraba el conductor que conducía a los caballos, los cuales relincharon como respuesta al tirón de las riendas que los hizo obedecer ante la orden de parada. Los cuatro sementales, todos negros y de crines de un color dorado antinatural, eran de gran tamaño y de hermosos ojos amarillos. El brillo de sus lomos denotaba el buen cuidado al que eran expuestos.

El séquito que los acompañaba también se detuvo, a la distancia prudencial y correcta. Aún así, a pesar de no encontrar ningún contratiempo, no se apearon de sus monturas y siguieron alerta a cualquier movimiento o extrañeza del entorno. Ese era su trabajo: el de defensa.

El cochero, ya un hombre un tanto mayor más, por ello, de gran experiencia en su trabajo y lo que lo hacía un experto en la materia;  se bajó rápidamente, lo que su viejo cuerpo le permitió, para abrir la portezuela que permitiera a los residentes descender a tierra firme para proseguir el corto trayecto que les faltaba de su ruta hasta el designación marcada.

El primero en salir fue Kein. Se irguió cuan alto era. El viaje le había atrofiado las articulaciones y el nuevo movimiento le hizo resentirse. A pesar de su descontento ante esa inesperada boda, hizo gala de su buena educación.  Alargó su mano y, instantes después, notó el tacto de una suave piel, mucho más clara y menuda, que contrastaba enormemente con la suya. Del carromato salió, entonces, un niño de pelo castaño, claro y liso que conjuntaba, perfectamente con sus ojos, también del mismo color. Aparentemente, no debía alcanzar el metro sesenta. Por su manera de deslizarse, se notaba su alta alcurnia y, aunque, sus ojos revelaban su miedo, ninguna otra parte de su cuerpo lo hacía.

Tras ayudarlo a apearse de su transporte, Kein miró en derredor, sondeando con la mirada, hasta que dio con aquello que buscaba. Si bien había ordenado que su destino fuera la mansión que había pertenecido a su familia desde tiempos ancestrales, se había visto en la obligación de mandar una notificación, con un mensajero, de su llegada aproximada. Y no del lugar, fecha y hora estimada; sino que, en esa misiva, también se encontraba, en términos generales, una algarabía  de palabras que describían la cadena de sucesos que lo habían avocado a su situación actual. Tal y como se había esperado, allí estaban; esperando conocer al muchacho que se había convertido en su esposo.

Gaby solo vio como unas personas adultas, se acercaban a donde ellos se encontraban; que, mientras que hablaban con Kein, lo observaban de reojo. Ello le puso aún más nervioso. Susurraban. Dentro de su mutismo por lo acontecido, sabían que conversaban sobre él, sobre su edad y sobre su estado.  Se retrajo un poco más y bajó la mirada hacia la arena amoldada que se encontraba bajo sus zapatos.

Una mano se posó sobre su hombro, asustándolo.

- Lo lamento. Te han hecho sentir mal, ¿verdad? Perdónalos. No era su intención.  Me llamo Elisabetta. Encantada.

Gaby, extrañamente, no había reparado en la figura de aquella mujer, hermosa, de apariencia pacífica y apacible, la cual llevaba en brazos un niño muy pequeño.

Elisabetta permaneció en silencio mientras el muchacho hacía su análisis y observó, graciosamente, como reparaba en el bulto que sostenía, curioso pero sin atreverse a preguntar.

- Se llama Sakuya.  Tiene 18 meses. - Le dio a modo de información.

El bebé tenía los cabellos negros y permanecía callado. Cuando volteó la mirada conectándose con la suya,  vio unos enormes ojos verdes cristalinos que lo dejaron sin aire. Era una ricura.

Fue entonces cuando reparó en  que lo que acababa de hacer era una muestra muy clara de malos modales y, por ello, se dispuso a disculparse:

- lo lamento. - No sabía qué más decir. No se había presentado cuando lo hizo la mujer según el protocolo y por ello se sentía cohibido. Además, a ello no contribuía esas constantes miradas que observaban, expectantes,  todos sus movimientos - Me llamo Gabrielle, pero prefiero que me digan Gaby - A pesar de haber sido presentado por su marido momentos antes, se vio en la obligación de corresponder el amable saludo de Elisabetta.

- Si me permites el atrevimiento, lo comprendo, Gaby. Hazme el honor de llamarme a mi Elisa. Suena más familiar. - Sin poderlo evitar, Gaby rió ante las ocurrencias de ella. La primera sonrisa, natural y sin aires forzados, que, en todo ese tiempo, había mostrado y la segunda que Kein, tras haberlo visto y que le parecía exquisita y arrebatadora, había presenciado.

-  Entremos a palacio. Todavía hay cosas que debes contarnos, Kein - Un rubio de ojos azules, alto y de complexión atlética que, más tarde, conocería con el nombre de Christopher, rey de Eirth, casado con la muchacha de cabellos negros, Millenia, una de las cuales lo había atosigado con estúpidos piropos y que, al igual que él, estaba esperando su primer retoño.

Esa no era una visita de cortesía, de tal modo que, muy a su pesar, no pudo ver el interior de su nuevo hogar  ni deleitarse con su arquitectónica, sus pinturas, esculturas o algunas de las brillantes vidrieras que había podido vislumbrar o el hermoso rosetón que filtraba la luz en colores hacia las estancias oscuras, creando hermosos arco iris. Gaby estuvo, en todo momento, al lado de Elisa y de su hijo, al que hacia carantoñas y con el que jugó todo el camino. Cuando se distraía, era el mismo infante el que llamaba su atención gorjeando o pataleando en el abrazo de su madre.  Se dijo que más adelante tendría tiempo de perderse por aquellos pasillos.

Al final, cuando llegaron a su destino, Gaby estaba sentado con un pequeño que solo quería estar de pie, sobre sus rodillas y que acaparaba todo su interés. Y fue por ello, que no reparó en el caire de la conversa que se estaba realizando hasta que las voces empezaron a tornarse en elevados tonos que rompían las fronteras para convertirse en estentóreos gritos.

- ¿Qué? - kein fue el primero en hablar. Para que postergar lo inevitable.

- ¿Cómo has sido capaz? - Aquella palabra fue el detonante para la primera acusación y la voz pertenecía a la efusiva y hormonal reina de Eirth.

- Yo… - No sabía que decir pues todo sonaba a vanas excusas sin sentido.

- Calmaos, así no llegaremos a ningún lado.

- Y, dime tú, esposo mío, ¿Cómo quieres que nos calmemos ante tal desfachatez? Una cosa es ser un libertino, otra es ¡dejar embarazado a un niño!

- Deja que Kein se explique. Estás asustando a los presentes - En realidad, Christopher se refería a los pequeños de uno y doce años, respectivamente.

Sakuya se alarmó, poniendo pucheros descontentos, acción acompañada por el otro niño  que lo sostenía. A su vez, Elisa, cercana a ellos y pendientes de ambos, los acunó para calmarlos. No esperó la venia del restante grupo para sacarlos y llevarlos a otro lugar: el jardín; mientras la discusión seguía latente en el sitio que habían dejado atrás.

- ¿No te interesa saber nada?- no lo pudo evitar. Gaby necesitaba averiguar por qué no le hacía ninguna cuestión sobre la situación.

- Bonito anillo de compromiso y de casamiento. - Gaby abrió los ojos sorprendido. Eran feísimos, a él no le gustaban para nada. No tuvo tiempo para su réplica despectiva hacia ellos, cuando tuvo que prestar atención para oír lo que a continuación la madre de sakuya le dijo - Solo hay una razón, a mi parecer, por la cual casarían a alguien de tan corta edad.

No hicieron falta más palabras y ello fue agradecido por Gaby que, viendo una forma de desahogarse, lloró hasta que las lágrimas, agotadas, no salieron. Ella lo confortó en silencio y Sakuya, lo arrulló con sus tirones de cabello, de un brillante castaño, que le procuraban alguna que otra sonrisa desgarrada por su estado de ánimo.

Fuera quedaron los gritos, las discusiones, las acusaciones que inundaban, de fondo, sus tímpanos.

No supo si fueron minutos u horas más tarde, pero por el horizonte, cuando el sol  hacía ademán de esconderse de las nubes, apareció una regia figura que lo acogió. Adormilado como se encontraba, cansado y exhausto por el viaje y agotado mentalmente por los giros que el destino había propuesto sobre su futuro. Se dejó hacer mansamente, sin preguntas ni quejidos lastimosos. Solo quería dormir y tener hermosos sueños con caballos alados o con juegos infantiles. 

- Te estaremos vigilando. Es un chico increíble. Espero y deseo que estés atento a sus necesidades.- Añadió Elisa ante la necesidad implorante de pedirle que lo cuidara, de que no le hiciera daño - Kein, el cual llevaba un ojo algo amoratado y la mandíbula hinchada, afirmó con la cabeza - Hazte responsable de tus actos y por lo que más quieras hazlo feliz. Se lo merece.  - Escuchó mientras desaparecía rumbo a la segunda planta.

Todo sonaba muy bien dicho, pero poner en práctica las palabras era más difícil, mucho más..

Desde el día en que llegó a ese extraño país, donde todo estaba rodeado de extrañas flores, árboles, matorrales, de extrañas costumbres, nada era igual a como lo había conocido. Es más, inclusive el aire se sentía diferente. Tampoco es que hiciera en falta a su país, a su familia o a sus no amigos. Su nación le era indiferente asi como lo que su familia sentía hacia él: indiferencia. Y amigos, bueno, eran simple conocidos que siempre buscaban a escondidas algo de él. Simple atención, lujuria o dinero. Sí, porque su familia poseía dinero y poder. Eran de gran influencia. Recordó como los obligaron, a ambos, a desposarse.

Esa noche había una  recepción. Y, tal y como las reglas impuestas por la sociedad, no pudo asistir. De hecho, no podría participar en ellas hasta después de cumplir los dieciséis años y solo para encontrar marido. Gaby se quejó, como en cada oportunidad que pudo, más, como en todas las ocasiones, fue en vano. Empero, ese día, desafortunado cabe decir, fue diferente. Desde que se enteró de dicha fiesta en uno de los palacetes principales de Orpheon, puso en marcha su plan de infiltración. Un evento muy importante fue la conclusión del muchacho, uno que no podía perderse.

Lo había preparado todo minuciosamente, no olvidando ni el más mínimo detalle. Tanto así que superó el mes la preparación. Todo para recibir al emisario de Thorp, el reino con el que hacían frontera y cuya misión era reafirmar los lazo de paz. Orpheon no podía ni debía permitir un empeoro en sus relaciones. Thorp era un territorio bélico y poderoso, demasiado,  del que era mejor no dejar enfriar las relaciones.

Por supuesto que no lo dejarían entrar por la puerta principal. Sería el suicidio social y familiar. Peor que la muerte para su estirpe, ni tampoco era tan necio o tonto como para hacer el intento. No le comentó a nadie sus intenciones, y mucho menos a los que se decían sus amigos. Unos chicos y chicas, a su sincero parecer, demasiado fríos y frívolos que, paradójicamente, encantaban a sus padres. Nunca conseguiría adivinar el gusto de ellos, siempre tan distante al suyo. Conocía el recinto por lo que moverse sin ser descubierto no sería un problema. Incautamente, eso fue lo que creyó.

Kein estaba cansado de tanto adulamiento y atención. Salió, solo, recalcando imperantemente en el salón de bailes a todos sus acompañantes su deseo de soledad . Comenzó a inspeccionar los hermosos alrededores. Demasiados pomposos y recargados a su parecer. Necesitaba un poco de aire y movimiento. El alcohol, a pesar de estar ya acostumbrado a tal líquido, parecía dejar entrever sus más incómodas consecuencias. Apenas había probado bocado, se encontraba inquieto y nervioso. El protocolo, los buenos modales y las relaciones diplomáticas no eran lo suyo y, aun así, sabiéndolo todos y cada uno de ellos, ahí estaba. En esos instantes, en Thorp, deberían estar lamentado el momento que no lo habían acompañado No por el miedo de la posibilidad de romper la renovación de los pactos de cooperación; no, solo para no tener que imaginarlo en la fiesta, vestido y actuando según el protocolo. Se sentía como pez fuera del agua. Encima, a su vuelta, tendría que aguantar bromas y risas. Y algo que no le gustaba era la mofa, cuando era dirigida hacia su persona.

Cavilando como estaba no prestó atención al entorno ni al lugar por el que andaba. Solo un pequeño quejido de dolor y unos inapropiados improperios para tan dulce voz lo despertaron de su maldita ensoñación, tan poco común para él.

Se acercó, de forma silenciosa tal y como la experiencia y el entrenamiento le había enseñado, descubriendo a un joven muchacho tocándose su turgente, su respingón trasero. Un niño delgado, no muy alto y de cabellos lisos y largos. El color, brillante con los rayos de la luna, bailaba entre el castaños claro y el rubio oscuro.

- ¿De qué te ríes? - Desde luego, ver la cara del chico alumbrada por esa luz nocturna, era la de un ángel. Precioso al igual que maleducado. Había que admitir, sin embargo, que su estrepitosa risa no era una muestra de educación bienvenida.

- Y yo me cuestiono el que hayan dejado entrar a un chiquillo de tu edad a este evento. - contestó con otra pregunta audaz y certera.

El aludido se sonrojó y, defensivamente, acotó:

- Eso a ti no te importa - A Kein le parecía gracioso.

- Claro - aceptó- pero seguro que alguien estará interesado en tu visita - Le tuteó. De hecho no se habían hablado cortésmente en ningún momento de la conversa. 

- Espera… - Se acercó al gran hombre para pararlo. No podría aguantar otro castigo con tan poco espacio de tiempo con el anterior. Dejaría marcas y no quería recordar a su padre cada vez que mirara su cuerpo, las cicatrices inflingidas con esa fusta, con esas manos. Ni pensarlo. Se asió del musculoso brazo del atractivo desconocido de cabello y ojos negros.

Y de ahí a acabar uniendo sus labios, pasaron a tener sexo, sin amor, ni conociendo los nombres del otro, en medio del claro, debajo del árbol donde se habían visto, resguardados por setos verdes, bien cuidados y de una altura considerable. Un acogedor refugio.

Fue un fugaz encuentro de una noche en donde Gaby y Kein marcarían su destino, uno en donde estarían juntos para siempre.

Pasadas unas tres o cuatro semanas aproximadamente, justo cuando el corresponsal del reíno de Eirth estaba a punto de marcharse, las consecuencias por su imprudente acto llamaron a su puerta. Los padres del chico, virgen, al que había desflorado y preñado, tal y como se enteró por medio de los gritos de sus ascendientes, le exigieron el pago por el insulto y la deshonra cometida.

Esa misma tarde estaban casados. Ninguno de los dos lo quiso e intentaron evitar el enlace buscando cualquier motivo que lo anulara, salvó que fue imposible. Las alianzas, simples, atestiguaron el enlace de por vida. Desgraciadamente.

No hubo festejos ni felicitaciones y el muchacho, su esposo, solo recibió golpes por sus acciones. Esa extraña marca en una de sus mejillas lo corroboraba. Sintió furia. Nadie tocaba lo suyo, a pesar de ser algo de posesión obligada.  Y fue en ese momento en el que pensó que quizás no era tan malo llevárselo de allí. Que estuviera borracho consiguió que no recordara todo su encuentro pero sí grandes retazos de la mismo, de los satisfactorios sentimientos de gozo que ello le produjo o las marcas de relieve que notaba bajo las yemas de sus dedos al tocar la imberbe piel de la espalda del menor.

Así fue como su vida hasta ahora conocida terminó y como otra empezaba en su lugar. Tenía miedo. Su trayectoria en Orpheon había sido catastrófica. Su familia no le había dado amor, no tenía amigos ni confidentes y no podía hacer lo que le gustaba. Estaba marcado física y moralmente. E, incluso, la sociedad le castigaba con represalias solo por poder quedar embarazado. En Thorp, ¿por qué deberían ser las cosas diferentes? Porque, ¿diferían o se asemejaban?

¿Sería esta nueva vida mejor o, todavía, peor que la anterior? Hay veces que es mejor lidiar con lo que conoces que con lo desconocido. Pero no todo, por ser extraño  debía significar malo. Con el paso del tiempo aquella extraña flora y fauna le parecieron interesantes, el aire era refrescante y algunas personas, protectoras.  Elisa, Daniel e, incluso, Millenia se desvivían por consentirlo, siendo, en varias ocasiones, hasta agobiantes. Demostraban tenerle un afecto mucho más lejano que el puramente formal. Estaban siempre disponibles para él y sus tonterías triviales. Elisa lo trataba como un segundo hijo, Millenia como un hermano pequeño y Daniel se ofreció a ser un amigo. Hacían su presente más acogedor y le mostraban un futuro atrayente y esperanzador.

Además, su cuerpo, también reaccionaba extraño. Su vientre empezó a crecer acunando una nueva vida. Eso le parecía excitante como un cosquilleo recorriendo su cuerpo. Debía admitir que algunas de esas reacciones, a pesar de ello, no dejaban de ser asquerosas.

Se suponía que los malestares estomacales eran más comunes de los primeros meses; el ya, terminando el segundo trimestre de embarazo aún seguía padeciendo vomiteras.

Se limpió la boca, se la enjuagó y se lavó la cara para secársela con una toalla. Estaba con su camisón. Las dos de la madrugada. Debería estar durmiendo, pensó lastimosamente. Su pequeñín o pequeñina, aún no sabía el sexo de su bebé, era muy inquieto. Se tocó dicho lugar dando suaves masajes circulares por todo el contorno abultado, a modo de calmarse, algo que ya se le había hecho una costumbre.

El amargo  ácido sabor que contenía la saliva y le daba nuevas arcadas lo dispuso a decidir el ir a por algo de beber y por algo de comida que llevar a su estómago.

Bajó sigiloso la escaleras. No quería despertar a nadie y con nadie se refería a su esposo. Miró su anillo. Algo sencillo así como habían sido los desposorios. Una vergüenza era, según sus padres, por lo que no necesitaba ningún abalorio bonito ni ninguna  fiesta ante tal censurable conducta. La verdad es que provenía de un linaje demasiado apegado a las viejas costumbres. En realidad, casi toda la sociedad en la que se crió se basaba en una política social dedicada a la preeminencia del varón sobre el resto de seres. Demasiado patriarcal e  insensible a su juicio. Empero él, un doncel, no era nadie para opinar y mucho menos  que la misma fuera tenida en cuenta salvo para criticarla y censurarla.

No sabía si Kein estaría allí durmiendo, en su habitación, solo, acompañado o habría salido,  otra noche más, como venía haciendo durante la última temporada. No lo veía casi nunca, en contadas ocasiones que casi siempre coincidían cuando tenían que acudir con los amigos de su marido o a determinados festejos oficiales que muchas veces rehuía tomándolo como excusa a él mismo para no acudir.

La suave tela que cubría los escalones le proporcionaban cosquillas en la planta del pie, contraste con la fría madera de la planta baja.

Oyó risas y más risas. Susurros acallados y pequeños gemidos.

Se acercó curioso hasta de donde provenían encontrando a su supuesto marido con una chica, una más en su colección de infiel. ¿Cuántas y cuántos serían? Era un promiscuo.  No que le importara pero, a pesar de no amarse, le debía cierto respeto al papá de su primogénito o primogénita. Y esa situación salió ya de lo tolerable.

Tenia sed, hambre. Estaba muy disgustado y cabreado. Y no era para menos.

¿Para qué tenía entonces sus aposentos privados, individuales y que nunca habían compartido?

Sin  ningún pudor, siendo el camino más corto hacia su destino, se introdujo en aquella estancia.

- lo siento. Voy un momento a la cocina. Vosotros seguid a lo vuestro - EL chiquillo se tuvo que levantar a por un vaso de zumo, después de haber ido al aseo. Su menudo cuerpo y el peso extra de cinco meses que abultaba su vientre, era una mala combinación que  le hacia difícil el dormir y el no levantarse por las noches a comer o al aseo, o ambas cosas seguidamente. Normalmente, era lo último.

- ¿Quién es? - preguntó la chica. Gaby la miró. Era Pelirroja, era atractiva. Estaba recostada en el lujoso sofá, con la camisa totalmente desabrochada. Bonito sujetador, pensó mientras la observaba. La gran parte de su cuerpo estaba envuelto por el musculoso y bien formado de su marido al que ya conocía en demasía, según su humilde opinión.

Gaby desapareció, sin pudor alguno, hacia el frigorífico. Se sirvió el mismo su vaso con el líquido anaranjado. Consideró el llevárselo a su dormitorio, individual, para no ser, otra vez, un incordio. Casi se le cae el vidrio cuando un torso le impidió la salida.

- Gaby … - dejó alargar, silabeando peligrosamente, la palabra.

El susodicho no se amedrentó. Cinco meses aguantando ese tipo de comportamiento lo hacían ver ya como algo cotidiano y aburrido.

- Kein - contestó.

- ¿Qué haces levantado? - menuda pregunta más estúpida. Gaby le señaló o, más estrictamente dicho, le puso el vaso delante de su cara.

- En primer lugar no te debo explicaciones - No dejó que le interrumpiera y con su otra mano le hico ademán de silencio. Kein le concedió la palabra, no derrotado, sino paciente. Luego diría lo que creyese conveniente. - y en segundo; no eres mi padre. - Kein contuvo su lengua a tiempo. No pasó ello desapercibido para el menor - Y no te creas con derechos por ser mi marido porque ni te comportas como tal ni te considero como uno. Segundo y por mucho que nos pese a los dos, a ti por tenernos que aguantarnos y a mi por ser tu su padre, mi hijo tiene antojos y yo necesidades propias del embarazo. Así que si me disculpas… - Intentó pasar por uno de los huecos que el cuerpo ajeno no terminó de ocupar, más su ahora no tan delgada figura y dos poderosas garras lo evitaron.

- Apártate. - Nada  - Suéltame - Otra vez nada.

Gaby empezaba a perder la paciencia.

- Esta conversación dista mucho de terminar - Oyó.

- ¿conversación? ¿Cuál conversación? No vamos a hablar cuando a ti te conviene. Hoy no me apetece a mi y tu tienes una calentura por satisfacer. En otra ocasión - sentenció suavemente. No tenía ganas de pelea. Estaba soñoliento, necesitaba ir al excusado  y luego descansar sus pesados miembros inferiores.

- Siéntate - Una orden.

Aquello ya rebosaba su  paciencia tal y como lo hacía su precioso jugo de frutas, jugando con el borde de su recipiente. Gaby lanzó una sonrisa al tiempo que también lo hacía el contenido de su jarra sobre el rostro de su esposo. Y no solo rió por su acción ante tal cara sorprendida sino se regodeó en ello.

- ¿Te parece bien mi contestación o prefieres un poco más, esposo mío?

Gaby lo miró impasible, percibiéndolo críticamente. El muchacho seguía siendo delgado y atlético. En verdad, que la gestación estaba cambiando su cuerpo en varios sentidos. Le hacía ver… más apetecible, atrayente.

Kein, sintiendo la mojada ropa y calmándose mentalmente para no elevar la voz soltó:

- Ciertamente, está muy fría - recalcó rechinando los dientes. El muchachito no sabía si por rabia, si por locura, si por el frío.

Su instinto de supervivencia activó sus alarmas. Aquella sonrisa sádica era de temer y estaba buscando una vía de escape cuando una silueta femenina se enrolló serpentina sobre el brazo de Kein.

Le dio un sonoro beso en la mejilla y reparando en la presencia  del doncel embarazado, preguntó al hombre:

- ¿Quién es éste, querido? - su tono denotaba repulsión.

- Si, querido - imitó a la chica - dile a esta furcia - Gaby, cansado de esa situación, harto de ser tratado peor que una simple posesión, dejó salir su lado más salvaje y pueril - quién soy - Desafiando a kein mientras hablaba. Cabe decir que esas palabras no sentaron nada bien al orgullo de la mujer que, si no hubiera sido por Kein, se hubiera lanzado al chiquillo para, como mínimo, pegarle un tortazo.

- Ni se te ocurra - Fue el siseo furioso que la voluptuosa fémina recibió como respuesta a su muda represalia por estorbar.

- Sí, no te preocupes. No quería interrumpir - Pasó a su lado impasible - Es muestra de buena educación presentarse antes de preguntar el nombre de los demás. Como puedes observar, yo sí poseo esos modales de los que careces, pero no te importa quien sea. No soy nadie - Dignamente salió con su vaso, que había llenado por segunda vez, bebiéndolo por el camino a su habitación. Se encerró allí, recogiendo un par de mudas y, apenas cinco minutos después, bajó presuroso rumbo a la calle.

Una voz interrumpió su caminata:

- ¿Adónde vas?

- No quiero importunarte más. - Fue la única respuesta de Gaby- Volveré mañana, si es que te interesa saberlo. - No le dio tiempo a replicar nada más cuando se oyó el ruidoso golpe sordo de la puerta al ser cerrada.

Esa noche, Gaby no se preocupó por nada más. Uno de los criados, solícito, lo llevó allí donde demandó.

El chofer le ayudó a apearse del cómodo y sinuoso carruaje. Había luz en la casa. No quería incomodar a la pareja, así que pensando, al lado de su lacayo, el llamar para ser acogido o el ir a dormir en alguna de las posadas cuando escuchó su nombre:

- Gaby, pasa o cogerás frío.

Tanto Daniel como Nitsuga, habían salido a recibirlo no sabía si en esos instantes o habían estado esperándolo desde antes de su llegada.

- Lo siento.

- anda, pasa y no seas crío - Nitsuga recibió una de las miradas más “cariñosas” del chico.

Tampoco preguntaron más. Era común esa serie de situaciones, las cuales venían dándose desde que empezaron su vida junta de casados. Como también sabían la mayoría culpa del thorpiano guerrero, un tozudo e insensato.

No cabe añadir que Gaby se quedó a dormir en casa de Daniel y Nitsuga.

Gaby no pudo sino preguntarse interiormente sobre la sensación de que la pareja sabía de su llegada. Llegó a la acertada conclusión de que  habían sido avisados por Kein, que, a pesar de negarlo hasta la saciedad, se preocupaba del pelicastaño de doce años como si se tratara de su padre. Porque ese sentimiento era el que tenía un padre hacía su hijo, ¿no?

Y como todas las veces que ocurría, Gaby volvió al día siguiente, acompañado por sus dos amigos, riendo y hablando con ellos. ¿Cuándo había tenido él una plática tan amena con su cónyuge? ¿es que alguna vez la había tenido? Kein ni se había molestado en conocer mejor al extranjero. No solo lo repudió sino que hirió su orgullo desprestigiándolo, tratándolo como si nada fuera en su vida. Gaby no fue quien le impuso esa vida y aún así lo culpaba por ello.

Kein nunca más trajo a nadie con intenciones sexuales a la casa que ahora ambos compartían. Gaby lo agradeció y las relaciones entre la pareja comenzaron a fluir llegando a entablar una especie de relación de amistad. La tensión se marchitó, los gritos, las constantes peleas. Ello no quiere decir que hubieran sido extinguidas. Todavía peleaban, se gritaban y, en ocasiones, la tensión era palpable, pero también hablaban, conversaban, reían, salían, paseaban, planeaban un futuro a largo plazo. Los sentimientos empezaron a cambiar, cuestionando si esa ventura al que el destino los había precipitado sin remedio no era eso, una obligación, sino una elección acertada. Todo se reducía a fijarse en otra perspectiva diferente y más positiva que consiguiese la armonía que necesitaban en sus vidas.

Este cambio, en estos meses, fue advertido por las parejas cercanas al matrimonio tan peculiar. Se alegraron por Kein, al que la mayoría conocían desde su más tierna infancia; e, igualmente por el zagal, un muñequito que se asemejaba a la porcelana, de un material exquisito y de una contextura frágil, que adoptaron como un hermano pequeño a los que, sin remedio, nacieron sentimientos de protección y no solo de protección. Muchos más.

Así, dentro del marco de  una situación mucho más  sostenible, pasó el tiempo.

Otro motivo de festejo en esos tiempos fue el cumpleaños del más tierno joven embarazado. Cumplía trece años. Pero, a pesar de ello, la celebración fue íntima solo fueron invitados los más allegados, que, cabe decir, todos eran por parte del marido. Desde que llegara, Gaby no había tenido noticias de su familia y no era algo que en verdad le impidiese dormir por las noches. Era, lamentablemente, un hecho que, con el paso del tiempo, había arraigado en costumbre. Una situación cotidiana. Tampoco los echaba de menos. Estaba feliz, si lo que sentía se conocía con tal renombre. Así pues, ¿por qué importarle algo que nunca había conocido?

Su embarazo, de riesgo debido a la temprana edad del gestante, impedían a Gaby el moverse libremente o el salir de casa. Los cuchicheos, aún acostumbrado a ellos, empeoraban su estado de salud. Así pues, además de las constantes revisiones periódicas y seguidas, de las vitaminas, el médico aconsejó, o, más bien, ordenó, según algunos, reposo, tranquilidad absoluto.

- ¿Cómo está nuestro pequeñín? - Con el transcurso de los meses, a fuerza de encuentros y mutuos tratos, Gaby se había hecho un hueco en el corazón del monarca al cual estimaba mucho. Era un sentimiento recíproco.

- ¿A cuál de los dos te refieres? - contestó bromista el inquilino del colchón.

- Al menos conserva el buen humor. Me alegro. Pensé que estar tanto tiempo con Kein atrofiaría tu refinado y dulce carácter. -  El susodicho, oportunamente, entró en el segundo justo para escuchar esa última oración y aprovechó la situación para pegarle por el comentario. Venía acompañado por Daniel, que besó en la frente a Gaby, el cual le hizo un sitio en la cama, al lado suyo; también entró Millenia e Isabella. Hoy no venía acompañada por su ojito derecho: Sakuya, que se había quedado al cuidado de su niñera.

- Qué gracioso - Kein, no conforme con un golpe, le dio otro en la cabeza y este retumbó en el amplio dormitorio.

- Últimamente está algo inquieto, no para de darme golpes y despertarme por las noches. - comentó disgustado, e intranquilo.

- No te preocupes. Ya estás en los últimos meses y es normal que el bebé, ya grande, al tener poco sitio se mueva. Se está preparando para el nacimiento - Gaby hizo un guiño algo extraño con la lengua.  Normalmente era utilizado como símbolo de asco pero en su cara denotaba algo que no se conocía en el ahora pero que, indudablemente, se sabría en un futuro y se definía con la palabra incertidumbre. Era eso lo que ese gesto significaba y no tardó en hacer su pregunta ante dicho temor que le inquietaba.

- Y… - titubeó un poco - ¿duele mucho? . 

- ¿Qué si duele? -  Millenia hacía unas pocas semanas que había dado a luz. Todavía no había podido ver al pequeño Reiv por motivos de salud, y la pareja real no lo habían podido traer consigo porque aún era demasiado chico para sacarlo de palacio y arriesgarse a que contrajese alguna enfermedad. Le habían descrito que sus ojos parecían ser azules y su cabellera, bueno, se asemejaba al rubio, pero tiraba hacia el blanco haciéndole parecer un bebé sin pelo, calvo. Era blanco de piel y algo inquieto. El poco tiempo que permanecía despierto, hacía notar su presencia. No sabía hablar pero sabía hacerse entender. Cabe reseñar que lo hacía demasiado bien.

Gaby abrió los ojos no asustado, sino, más bien,  aterrorizado.

- No le hagas mucho caso - Daniel, por la época en la que lo conoció, también había estado embarazado.  El niño se llamaba, al igual que su padre, Nitsuga. Era un niño muy tranquilo y sus padres estaban muy orgullosos de él. Decían que habían tenido suerte. Unos padres primerizos no podían desear nada mejor - Todo se olvida cuando miras a tu bebé por primera vez. - Esas palabras fueron respaldadas por la gran mayoría de los presentes en el tertulio.

- Por cierto, Gaby, tu maridito -su tono de voz alertó al embarazado muchacho. Y lo asustó. - nos ha comentado un dato muy importante de ti - Desde luego que ese tono denotaban planes y, por las palabras, lo relacionaban a él.

- ¿sí? - contestó escuetamente. La mayor parte de su pensamiento se concentraba en la forma de hacer pagar a su bocazas y traidora pareja

- ¡Es una sorpresa!- Gaby no replicó, aunque, tuvo que admitir, que quedó intrigado por saber el asunto que se traían entre manos.  Había aprendido, sabiamente, que un asunto no era bueno si en él estaban entrometidas Millenia y Elisabetta.

Y su intento por enterarse suplicando con la mirada a Daniel tampoco surtió el efecto que deseaba.

- ¡Kein! - gritó al vacío asiento donde, hasta segundos antes, había estado aquel que respondía por aquel nombre.

Se enteró unos días más tarde, cuando lo invitaron a un sospechoso festejo. Así pues, ahora se encontraba en una gran fiesta, celebrando su decimotercer cumpleaños. Lo habían estado preparando a escondidas suya durante semanas. Ahora comprendía los cuchicheos, los murmullos y las risitas. En ese momento era cuando su conciencia peleaba más incesantemente para saber cual de sus sentimientos encontrados: si el odio, el rencor, el perdón o el amor hacia su marido se alzaba   hacia la victoria.

Lo vislumbró acercándose para traerle la bebida que le había pedido. Estaba cansado, le dolía horrores la espalda y le daban constantes rampas en las piernas que lo hacían tambalear. El médico había dicho que era normal en su estado: estaba en los últimos meses y su edad no favorecía la gestación.

Por ello, estaba sentado, en el salón de recepción de su casa, en un cómodo sillón, que reconoció como el que estaba en el despacho de la planta baja, justo antes de llegar a las cocinas. Precioso y cómodo, debía admitirlo si no fuera por el enorme, colorido y atrayente cartel que lo reconocía como el festejado.  Aquella situación era una de la más bochornosa de su corta vida. Había intentado huir en varias ocasiones; pero, en cada una de ellas, sus excusas banales habían sido  o contraproducentes o insuficientes para librarlo de tal calvario.

Un fuerte dolor, una contracción sin lugar a dudas, le dobló en dos, apoyando su cabeza en las rodillas. Cuando el mismo redujo su intensidad, alzó la cabeza, encontrando la faz, preocupada,  de Kein.

Intentó sonreírle; más fue en vano. La siguiente contracción apenas pudo aguantarla sin gritar y, para ello, había tenido que apretar tanto los dientes que la mandíbula se quejó por el trato sufrido.

-  ¿Qué pasa? ¿te encuentras bien? - Kein sabía que la pregunta era estúpida y así se lo hubiera dicho Gaby de haber podido. Ello le causó ternura a pesar de las circunstancias. 

- Me duele…me duele mucho- Fue lo último que dijo antes de caer desmayado. Su esposo estaba más blanco que la cal de la pared y su cuerpo más frío que el hielo. Lo alzó con cuidado y llamó por un médico; mientras que salían del salón de festejos, seguidos por el rey y sus mejores amigos.


 Tal y como todos temieron, el parto tuvo complicaciones y la vida de ambos estuvo en peligro. Tras muchas horas de incertidumbre y desvaríos, por fin, se oyeron los grititos a pleno pulmón de un bebé, de un precioso doncel, como, posteriormente, el médico les diría. Sin embargo, el parturiente no corrió con tan buena suerte como el niño. Quedó inconsciente en medio de la intervención.

Pasaría una semana hasta que Gaby volviera a abrir sus ojos después de dar a luz. Kein, durante esos siete días, por fin, admitió lo que sentía por el muchacha. Sus celos, su orgullo, todas aquellas señalas que le indicaban lo gran e irremediablemente enamorado que estaba de él y que solo pudo admitir cuando estuvo a punto de perderlo para siempre. Y su segunda oportunidad vino de manos de Dios.

Estaba sentado en un sillón al lado de la gran cama. En esos momentos, se encontraba leyendo cuando escuchó quedos gemidos. Al principio creyó que los había imaginado, la falta de sueño hacía estragos y así lo demostraban sus acusadas ojeras; la repetición de los mismos por segunda y tercera vez le hicieron ver que no podría ser fruto de su ensoñación y mirando hacia la cama, pudo observar, otra vez, esos iris, esas alargadas pestañas y esos párpados abiertos, mirándolo fijamente.

- Hola- decidió hablar tras un intenso silencio.

- Hola - contestó dubitativo. No sabía qué más decirle. - Yo…

- Lo siento mucho. - Gaby no se  esperó esa disculpa. - No sé cómo ha pasado esto, ni lo entiendo ni lo quiero entender. Estoy cansado. Tienes trece años, Me duele la cabeza. No dejó de pensar en todo.

- Kein - lo llamó.

- No dejo de pensar en ti.

- Kein - volvió a repetir, intentando llamar su atención. En esta segunda ocasión consiguió su propósito - No te entiendo.

- Yo… intento sincerarme contigo.

- Pues dímelo de una forma en la que sepa y … - Kein no lo dejó continuar, interrumpiéndolo no con su corta perorata, si no dejándolo atónito con el contenido de ésta.

- Te amo. - No hubo respuesta del convaleciente ni tampoco la esperó - Os amo a ambos y no quiero perderlos. - Se acercó a la cama en un intento de coger su mano, pero sin hacerlo realmente - No quiero perderte.

Gaby mantuvo su mirada fija en la de su marido, impertérrito y frío. Sin hacer ningún movimiento y sin emitir ninguna palabra, ni positiva ni negativa. Solo sus ojos. Solo ellos demostraban sus verdaderos sentimientos y emociones. Kein, a pesar de la culpabilidad, se dejó reflejar en aquellas cristalinas pupilas. Se dio valor y terminó de acortar la distancia entre sus manos.

- ¿Crees que así podré perdonártelo todo? - Sus regaños fueron crueles, más no quedaron así reflejados en sus ojos de color miel ni el tono de su voz.

Eso solo significaba un rayo de esperanza. Pues si, en esos ojos aún había cabida para el amor.

- tengo toda una vida para ganar mi propio cielo.

El doncel solo le mostró una sonrisa maliciosa, retadora, vengativa.

- Eso está por verse, marido mío. El perdón no lo conseguirás fácilmente.

- Jamás quise que así fuera. Todo castigo merece un pena, esposo mío.

Kein, sin dudarlo, juntó sus labios sellando la promesa de su amor.

Cuando se separaron, tontas sonrisas iluminaban a los tercos enamorados.

Gaby fue el primer en romper el silencio:

- Kein.

- Dime.

- Compra alianzas nuevas. Éstas son horribles- sentenció, disgustado mirando su dedo. - Kein no pudo sino reir, risa que fue contagiada al convaleciente.

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